04 - Como en casa
No existen tierras extrañas. Es el viajero el único que es extraño.
Robert Louis Stevenson.
Prolongando nuestra estancia en tierras cántabras para conocer la noche santanderina y disfrutar de los placeres que nos ofrece Torrelavega, posponemos nuestra salida hasta el domingo. Irún no queda muy lejos, pero decidimos entrar a Francia por Jaca para recuperar el móvil perdido. Un buen amigo, no contento con habernos acogido en su casa toda la semana, nos acerca hasta una gasolinera cerca de Santander, donde cambiamos el chip. Las comodidades se han terminado: ahora toca buscarse la vida hasta que lleguemos a Nantes.
Crujimos los pulgares en un intento por desoxidarlos y, en la rotonda de entrada a la autovía, nos recoge una monitora de gimnasio. Nos confiesa que es la primera vez que para a alguien, aunque siempre se lo ha planteado. Sus experiencias aventureras con una moto de 125 c.c. por el norte de España suponen la chispa que encendió el espíritu viajero que le incitó a pararnos. Nos despedimos de ella en una vía de servicio estratégicamente situada para poder seguir nuestra ruta sin complicaciones.
De este modo, en apenas diez minutos nos subimos en el coche de un matrimonio que accede a llevarnos hasta la salida de Bilbao. Durante el trayecto, la conversación comprendida por temas que abarcan desde la religión a la alimentación canina disipan las dudas y terminan con la desconfianza original con la que todo autoestopista debe lidiar. A poco de dejarnos en el punto acordado, nos ofrecen la posibilidad de incorporarnos a la comida familiar a la que se dirigen, una oferta difícil de rechazar. Casi una docena de convidados a la mesa hacemos frente a una cantidad ingente de comida, hablando entre un bocado y otro de espeleología y viajes por la geografía española. Es curioso lo rápido que puede uno encariñarse de la gente que le abre su corazón.
Nos despedimos después de los postres; el sol está cayendo y eso puede dificultar nuestro avance. Nos recoge un barrendero de Zarauz, el autoproclamado ángel de la guardia de los viajeros errantes. Dice recoger gente prácticamente a diario y presume de haber accedido a llevar a un autoestopista desde Bilbao hasta Vitoria a cambio de una cerveza simplemente porque se aburría en casa.
En nuestra siguiente parada, la suerte nos da la espalda por primera vez en mucho tiempo. Pasamos más de tres horas preguntando destino a todo vehículo a motor que se nos cruza y se nos graba en la memoria el recuerdo del encargado manco de la gasolinera intentando "echarnos una mano" parando camiones y ofreciéndonos su coche si no salíamos antes que él.
Cuando ya dábamos todo por perdido, una pareja accede a llevarnos. Vienen de Asturias, de elaborar doscientos litros de sidra casera el fin de semana, y nuestro interés por su trabajo despierta el suyo por nuestra aventura. Desinteresadamente, nos ofrecen cobijo. Esta noche dormimos en una cama cómoda en Vitoria, con la calefacción puesta, el estómago lleno y sin haber abierto todavía la cartera. Buenas noches.
Transición de fotos:
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