28 - Carretera y manta
Odio pensar en un hombre libre como tú encerrado en una jaula. Vagabundear es demasiado sencillo con todo el dinero que me pagaste. Mi vida era más emocionante cuando estaba sin blanca.
Christopher Mc Candless, Into the wild
Dejamos el hotel y, después de pasar la mañana actualizando el blog, nos pasamos el resto del día recorriendo las calles de la capital búlgara y descubriendo sus monumentos escondidos.
Cuando se acerca la noche, nos movemos hasta la estación, donde comprobamos que nuestro dinero de emergencia no nos permite viajar más lejos y nos colamos en un tren nocturno a Belgrado.
En nuestro compartimento trabamos amistad con un par de jóvenes que nos ayudan a lidiar con los distintos revisores que pululan por los vagones hasta que cruzamos la frontera. Al ser un tren que cubre grandes distancias, la gente entra y sale continuamente, así que volvemos a conocer a otro grupo de personas: una pareja de macedonios un poco ebrios, dos primos serbios que van a una entrevista de trabajo en la capital y un militar.
La pareja se marcha y nos pasamos el resto del viaje hablando en el vagón con los demás. Nos invitan a galletas, un par de sándwiches y un bollo con pimientos típico de su país. Mientras algunos se van quedando dormidos, otros nos quedamos hablando hasta la última parada.
De madrugada, en Belgrado, nos despedimos de nuestros compañeros de cabina y nos vamos a ver la ciudad. Es increíble como cambia una ciudad en función del momento del día en que se visita: el aire nos pega en la cara refrescándonos y desperezándonos.
Con toda la mañana por delante, no desistimos en conseguir el deseado desayuno. Entramos en una tienda preguntando si aceptan monedas de otros países y un joven se ofrece a invitarnos a un bollo. Después de ver un Belgrado lleno de sorpresas, en un despiste durante una necesaria parada para descansar, roban una de nuestras carteras; sin dinero, pero con la documentación. Afortunadamente es la cartera del que tiene pasaporte, así que todavía podemos seguir viajando.
Decidimos coger el último tren con destino a Zagreb, aunque el revisor advierte nuestra presencia antes de la primera parada y nos confisca la documentación hasta la frontera. Allí nos hace bajarnos con él para entregársela a la policía aduanera, que nos deja marchar sin más cuando le confesamos nuestra situación.
El revisor, indignado ante la ausencia de represalias para nosotros, insiste a las autoridades para que nos retengan, pero salimos sin problemas de la estación y volvemos con el autostop. Comemos en el camino a la frontera y, todavía con el postre, paramos una furgoneta de reparto que nos deja en un peaje ya en dirección a Zagreb.
Desde allí sacamos dedo a un coche de policía con el que iremos hasta una gasolinera.Tras varias horas sin éxito, nos encontramos con un mecánico dispuesto a llevarnos a Eslovenia. Accedemos a cruzar toda Croacia en coche, pensando en visitar Zagreb y las famosas playas del país en otra ocasión.
Con las luces de las ciudades como panorama, conversamos y descansamos hasta llegar a uno de los primeros pueblos eslovenos y montamos la tienda cerca de la autovía en un descampado, con la vista puesta en Liubliana.
Mapa de ruta:
Transición de fotos:
28 - Carretera y manta
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