12 - God Save the Queen


Los que aseguran que es imposible, no deberían interrumpir a los que estamos intentándolo.

Thomas Alva Edison

Suena la alarma en un garaje de Calais y saltamos del colchón con prisa porque la noche anterior habíamos acordado cruzar a Inglaterra con un conductor que pasaría a por nosotros por la mañana temprano. Recogemos, apagamos las velas y nos encaminamos hacia la terminal del ferry, donde compartimos el desayuno con el que ha sido nuestro compañero de habitación durante esta noche. Ya pasada la hora prevista, seguimos sin ver al hombre con el que habíamos quedado, de modo que sin perder la esperanza, continuamos nuestra búsqueda.

Después de una hora y de forma inesperada, se nos acerca un matrimonio rumano preguntando por la oficina para comprar los billetes y, en un arranque de maestría, conseguimos dos plazas en su vehículo, no sin antes demostrarles que tenemos nuestros papeles en regla. Encajamos las mochilas como podemos entre su equipaje y, después de dejarnos invitar a un café, nos subimos a su coche. Nos cuentan que se dirigen a Londres a la boda de su hijo. Él es comerciante, ha visitado medio mundo y domina varios idiomas; su mujer por contra sólo habla rumano y apenas ha salido de su país.

A partir de este momento, comienzan los problemas. Para acceder al ferry, tal y como nos había contado el ex-militar belga la noche anterior, debemos pasar varios peajes en los que se hacen controles aduaneros teóricamente aleatorios. Un coche con matrícula de Rumanía con dos pasajeros españoles hace sospechar a la policía fronteriza, que nos ordena bajar del vehículo para verificar nuestra documentación.

Cuando descubren que estamos haciendo autostop nos acribillan a preguntas de todo tipo y nos hacen repetir las firmas de nuestros DNI para comprobar su autenticidad, además de examinar éstos con unas lentes especiales en busca de cualquier defecto que les pueda dar un motivo para dejarnos en Francia. Se repite este proceso en el siguiente control y nos hartamos de escuchar las lecciones morales que enseñan los de aduanas al matrimonio acerca de lo fatales que podemos ser los autoestopistas.

Finalmente, entramos en el barco. Las proporciones de nuestro nuevo vehículo son enormes: una gran cantidad de coches y camiones entran ordenadamente en las plantas inferiores del ferry mientras nosotros visitamos tiendas de souvenirs, bares, espacios con máquinas tragaperras, un pequeño centro comercial y una terraza con mirador donde pasaremos la mayor parte de la travesía.

Después de una hora y media en alta mar y dejando atrás tierras francófonas, pasamos el último control "aleatorio" donde la policía inglesa comprueba hasta los bajos del coche (suponemos que para asegurarse de que no superamos la tasa de barro permitida). Una vez fuera del ferry, nuestro amable conductor se enfrenta a los cambios de sentido en la conducción vial. Lidiando como puede con las rotondas, carriles de adelantamiento por la derecha y demás complicaciones, nos acerca a las afueras de Londres.

Nos despedimos de ellos y nos disponemos a ir andando hasta la casa de un amigo que nos acogerá en su casa unos días. La distancia que nos separa del centro urbano, además de los consejos de los londinenses a los que preguntamos, nos incita a coger un autobús y en un momento estamos comiendo frente al Big Ben. El reloj nos indica que es hora de descansar.


Mapa de ruta:

Transición de fotos:
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