24 - Un país con carácter


El turista no sabe donde ha estado. El viajero no sabe donde irá.

Paul Theroux

Con las mochilas a la espalda de nuevo, dejamos atrás Deva y caminamos unos kilómetros por el arcén hasta la rotonda de acceso a la autovía en dirección a Bucarest.

El sol ha caido cuando llegamos allí  y la poca iluminación del lugar influye en la desconfianza de los conductores que toman nuestra salida, pero  la perseverancia termina dando sus frutos después de unas horas. Nos montamos en una furgoneta con dos hombres que para hacerse entender recurren, como ha sucedido en otra ocasión, a una cuñada que nos hará de intérprete por teléfono.

Finalmente nos dejan en Sebes donde, buscando un buen lugar para hacer autostop, un chico joven se acerca a preguntarnos si necesitamos ayuda. Le explicamos nuestra intención de llegar a la capital y nos recomienda esperar al día siguiente para continuar el viaje. Esta noche nos ofrece cena, ducha y cama en su casa, a lo que no podemos negarnos.

Conocemos a su acogedora familia, probamos un par de platos típicos de la zona y nos entretenemos hablando y riendo hasta tarde antes de meternos entre las sábanas. Por la mañana temprano, después de un desayuno digno de un rey, nos despedimos de nuestros anfitriones en la estación.

Las tres horas que debemos esperar hasta que salga el próximo tren nos hacen decantarnos por usar los pulgares y, en menos tiempo del que podemos imaginar, avanzamos a buen ritmo de la mano de un farmacéutico aficionado al fútbol, que nos cuenta sobre los problemas de la vida en Rumanía de camino a Sibiu.

Caminamos poco hasta la salida de la ciudad, donde nos encontramos con media docena de personas haciendo autostop para salir en nuestra misma dirección. En este país no viajamos tan rápido colándonos en trenes, sin embargo el autostop está a la orden del día.

Los coches paran continuamente y, por cada persona que recogen, aparecen dos más tratando de conseguir transporte. Nosotros viajamos con mochilas de un tamaño considerable y tenemos las nociones básicas del idioma para salir de algún apuro, así que nos quitan los coches con la misma facilidad con la que llegan. La oferta es grande, pero la demanda es aún mayor.

Después de un rato, creemos conveniente coger un tren para avanza hasta un punto donde haya un menor tránsito de autoestopistas. Preguntamos por la estación a una chica que, ante la larga distancia que debemos recorrer para llegar allí y nuestro desconocimiento de la ciudad, decide pagarnos un billete de bus hasta allí. En pocos minutos nos encontramos en el andén esperando un regional.

En la siguiente parada, nos despedimos de un descontento revisor y andamos cuatro kilómetros hasta llegar a una gasolinera en la entrada de la autovía. Hablando con más gente, de nuevo en busca de coche, damos con una monitora de esquí muy simpática que nos lleva hasta Brasov.

Desde allí no nos resulta difícil conseguir un todoterreno que nos dejará a escasa distancia de Bucarest, lo justo para llegar mañana temprano. En el trayecto nos quedamos impresionados con nuestro conductor: un poeta, fotógrafo, pensador, amante de las mujeres... que vuelve a casa después de dedicar el fin de semana a otra de sus pasiones: la elaboración casera de un vino excelente, como nos invita a comprobar.

Nos recita haikus en rumano e inglés, nos habla de una exposición de fotografía que ha inaugurado en Brasil sobre crucifijos en su país y nos da profundos consejos vitales en su calidad de hombre más que experimentado.

Desgraciadamente, nuestros caminos se separan en una gasolinera, no sin que antes nos convide a un café de despedida. Con la noche encima y buscando el emplazamiento idóneo para la tienda, encontramos una fábrica. En el interior del recinto, encontramos un gallinero abandonado que nos llama bastante la atención. Preparamos el campamento y encendemos el camping gas para cenar caliente a tan solo un paso de Bucarest.


Mapa de ruta:

Transición de fotos:
24 -  Un país con carácter


Síguenos en Twitter