26 - Inmersión en el Mar Negro
Los mares en calma no hacen buenos marineros
Refrán marino
Apurando al máximo el límite horario del check-out del hotel, nos ajustamos las mochilas y caminamos hasta la salida de la ciudad para conseguir un coche a Bulgaria. La zona que atravesamos está plagada de puertos comerciales y colarse en un barco de mercancías no es tarea fácil, así que no nos queda otra opción que llegar a Estambul por tierra.
Nuestro primer y último coche del día se hará esperar un poco, pero en un par de horas nos recoge una pareja mayor que se dirige a unas piscinas de sulfuro en el país vecino; unas aguas termales que, según nos cuentan, están a casi 50º.
Apenas cruzamos la frontera nos ofrecen ir con ellos y, como la idea nos resulta atractiva y el lugar nos pilla de camino, accedemos sin dudar. En el trayecto descubrimos que él es piloto de barco y ella trabaja en una escuela como profesora de matemáticas. Llegamos a la piscina, que resulta estar al aire libre y a tan solo veinte metros del Mar Negro, y nos zambullimos sin pensárnoslo dos veces.
Nos tomamos las siguientes dos horas libres y nos relajamos nadando y escuchando las interesantes historias de nuestro anfitrión. Nos asegura que siempre ha seguido una máxima en la vida que le ha llevado hasta donde está: no importa lo que hagas, simplemente sé el mejor en ello.
En este sentido ha conseguido su objetivo, atendiendo a la anécdota que nos cuenta a continuación: estando de vacaciones, una flota de la armada estadounidense llegó al puerto donde trabajaba y el comandante americano insistió en que le quería exclusivamente a él para ejecutar las maniobras pertinentes. Por este motivo, inmediatamente mandaron un helicóptero a la casa de montaña donde se encontraba veraneando para traerle a trabajar seis horas y llevarle de vuelta después, no sin antes ofrecerle una cuantiosa prima por las molestias.
También nos habla de la importancia de saber idiomas y nos da algunas claves que ha utilizado para aprender con facilidad las más de seis lenguas que habla con soltura. Todavía impresionados, nos dejamos invitar a cenar en Varna, a pocos kilómetros del paraíso termal en el que nos encontrábamos.
Durante la comida, hacemos un descubrimiento que supone una barrera importante para cumplir nuestro objetivo: el pasaporte es necesario para entrar en Turquía, no a partir de Estambul como pensábamos, y uno de nosotros no tiene el documento. Pero ya es tarde y decidimos esperar a mañana para tratar de buscar la solución en una embajada cercana.
Nuestros nuevos amigos tienen que volver a casa y nosotros debemos encontrar un lugar para dormir, así que nos despedimos de ellos y comenzamos nuestra tarea. Al poco de andar, nos cruzamos con un iraní a quien preguntamos por un lugar donde conseguir WiFi y, de manera surrealista , termina llevándonos a una pensión que conoce, donde regatea con el dueño para conseguirnos una habitación barata. Una vez bajo techo, encendemos la televisión y ponemos un partidazo para sentirnos como en casa.
Mapa de ruta:
Transición de fotos:
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