22 - Grandes Esperanzas
Una vez al año ve a algún lugar en el que nunca hayas estado antes
Dalai Lama
Amanece en una ciudad aún inexplorada para nosotros y dedicamos el día entero a hacer turismo por Viena. Nos manejamos con el metro para ir a Stephanplatz y desde allí, hipnotizados por el alma burguesa que impregna la ciudad, vamos al palacio de Schönbrunn. Vemos las cuadras españolas; el museo Albertina, donde nos colamos en una exposición de Matisse; y la ópera, donde no tenemos tanta suerte.
Una vez visitado todo, utilizamos nuestro actual medio de transporte con la intención de llegar a Budapest, pero los controles de billetes nos impiden avanzar rápidamente y tenemos que coger tres trenes para llegar a nuestro destino, como no, haciendo amigos por el camino.
Las apariencias engañan. Defraudados en un primer momento por los extrarradios, cambiamos de parecer nada más cruzar el Danubio, enamorados por el especial encanto de la capital. Para evitar hacer noche en una gran ciudad, cogemos un tren internacional hacia Bucarest, aunque nos hacen apearnos en Szolnok.
Consideramos que, aunque la policía nos tiene echado el ojo allí, es tarde para seguir viajando, así que nos ponemos a dormir en la estación. A pesar de la incomodidad del sitio, estamos a resguardo del frío y nos levantamos por la mañana temprano para coger el primer tren a Bucarest. Los revisores cumple con su función y nos tenemos que bajar en Timisora, donde decidimos probar con el autostop y sacamos los pulgares para ver si tenemos más suerte.
Caminamos hasta la salida de la ciudad y en apenas media hora nos recogen dos rumanos que solo hablan su idioma. Nos entendemos con ellos gracias a una amiga a la que llaman por teléfono para que nos sirva de traductora.
Nos dejan en un pueblo cerca de Deva, desde donde decidimos avanzar unos kilómetros a pie por la carretera. Antes de llegar a la ciudad, nos encontramos una pensión y, regateando con el dueño, conseguimos sacar una habitación a buen precio.
Una vez acomodados, bajamos al restaurante, donde convencemos a la cocinera para que nos deje preparar un plato de pasta. Comemos como clientes sin gastar ni un euro. Por fin con el estómago lleno, no perdemos un segundo y nos dejamos caer en sendos colchones, un lujo que ya echábamos de menos. Seguro que este país nos tiene preparados más buenos momentos.
Mapa de ruta:
Transición de fotos:
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